La que ilumina
- catalinarojano
- 8 dic 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 15 dic 2020
«Claridad, fulgor y resplandor. Propiamente se llama así la que difunde el Sol para ilustrar el mundo». Esta era la definición de «luz» a principios del siglo XVIII. Casi trescientos años después, existen tantos significados alrededor de ese término, que podría escribir una serie completa de textos para hablar sobre la luz vista desde un sentido u otro, u otro…
«Agente físico que hace visibles los objetos»; «Onda electromagnética en el espectro visible»; «Ilustración, cultura», y «Claridad en la mente» son apenas algunas de las definiciones que hoy encontramos en el Diccionario de la lengua española, y que tienen en común una misma idea: la concepción de ‘algo’ que hace posible que veamos, incluso aquellas cosas que no se pueden ver.
Hoy la luz es sinónimo de esperanza, de certeza; también de fe en medio de la oscuridad que supone la incertidumbre. Y en los últimos meses el mundo ha estado ciertamente sumido en esa oscuridad por cuenta de un enemigo oculto llamado coronavirus y de su ‘aliada’ la covid-19, una enfermedad que le ha quitado la vida a más de un millón y medio de personas, y que ha sabido quitarnos la tranquilidad a todos, nublando nuestro panorama, haciendo que el futuro sea menos claro de lo que pudo haber sido alguna vez.
Pero volvamos a la esperanza. Sin oscuridad, la luz no existiría o, al menos, no tendría sentido. Sin dolor, el gozo carecería de gracia. Sin tristeza, la alegría quizás no tendría valor. Sin muerte, la vida, simplemente, no sería vida… Y así podría continuar, hasta llegar a la comprensión de que siempre necesitaremos un opuesto para poder ver y vivir con cierta claridad.
Y digo cierta porque, para mí, la claridad absoluta no existe. Sería lo mismo que pensar que hay seres humanos perfectos; con pensamientos enteramente libres de pecados o de culpas; con corazones que nunca han sentido odio y que tampoco han experimentado el amor en cualquiera de sus infinitas formas. Yo prefiero pensar que somos —en esencia, palabra y obra— tan oscuros como iluminados.
Tal vez nunca lleguemos a ser como la Inmaculada Concepción de la Iglesia católica, cuyo día se celebra el ocho diciembre con la convicción de que quienes enciendan velas en su nombre reciban un poco de la ‘luz’ que emana de su impoluta santidad. Tal vez nunca lleguemos a conocer la luz en su máximo esplendor porque, de algún modo, dentro y fuera de nosotros seguirá habitando algo o mucho de oscuridad…
«Modelo, persona o cosa capaz de ilustrar y guiar» es otra definición de «luz»; para mí, una de las más bellas. Porque es muestra de que aún en la oscuridad podemos apuntar hacia un objetivo con el poder de alumbrar las tinieblas de otros. ¿Cómo sería el mundo si nos moviéramos en esa dirección, si buscáramos ser ese tipo de luz? Mientras se disipan mis luces y mis sombras en este texto, lo cierro con la ilusión de haberles dejado al menos algo de la que ilumina.
CR

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