De gais y de gayos
- catalinarojano
- 26 oct 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 26 oct 2020
¿Te has preguntado alguna vez de dónde viene el término «gay»? Casi a diario somos testigos y participamos en múltiples debates en los que se discute si los gais pueden o no, si deben o no, si tienen derechos o no, si son ‘normales’ o no, si deberían ser distintos o no, si atentan contra la moral o no, si representan una causa justa o no…
Son tantas las suposiciones, sentencias y críticas que, en medio de toda esa maraña, muy probablemente pocos se detienen a buscar en la naturaleza de un gay (ser humano al fin y al cabo) la esencia que lo hace ser lo que es. Eso que lo mantiene vivo. Eso que lo define como un ser alegre, vistoso y divertido; muy a pesar de que, una y otra vez, muchos intenten hacerle ver a diario el lado más triste y mísero de la vida.
La palabra gay tiene su origen en el latín ‘gaudium’ (gozo), del cual pasó al occitano (una lengua romance europea) como «gai», voz que —en español— derivó en «gayo», término descrito con el significado de ‘alegre’, ‘vistoso’, ‘festivo’, ‘llamativo’, ‘divertido’…
Y son estos últimos términos, todos sinónimo de alegría, los que mejor describen la esencia de los gais, seres coloridos en cuerpo y espíritu, personas que con su determinación nos enseñan a ver la vida llena de matices; a dejar de pensar solo en “blanco” o “negro”; a dejar de lado esas ideas radicales que tantas vidas se han cobrado ya en la historia de la humanidad y que siguen acechando a la humanidad misma.
Hace unos días el papa Francisco expresó que «las personas homosexuales tienen derecho a estar en una familia, son hijos de Dios»; que no podemos «hacerles la vida imposible por eso», por ser gais; que para los gais «tenemos que hacer una ley de convivencia civil», porque «tienen derecho a estar cubiertos legalmente». Ahora pregunto: ¿acaso es necesario todo eso para naturalizar aquello que, de por sí, es natural?
Porque, en cierto modo, creo que todos tenemos algo de gayo(a) en nuestro interior. Y qué mal si no lo tenemos, si nos falta la euforia, la dicha de estar vivos, de sentirnos amados (al menos por nosotros mismos). Qué mal si no somos capaces, como lo son los gais, de vivir la vida alejados de encierros mentales y de cadenas tortuosas cada vez que intentamos mostrarnos como aquello que no somos. Qué mal.
El antónimo de «gayo» es «triste». Pues, qué triste que la intolerancia y la falta de comprensión se traduzca en lo inhumano. Porque quizás algo más triste que no ser feliz uno mismo es no permitir que los demás lo sean.
CR

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