La celebración de la muerte
- catalinarojano
- 2 nov 2020
- 2 Min. de lectura
Todos los días de la vida alguien celebra algo. Cada primero de enero se festeja la llegada de un nuevo año; si obtenemos algo que alguna vez deseamos, lo celebramos; si cumplimos un año más de vida, festejamos; si nace un(a) niño(a), somos felices con su llegada y celebramos. Pero si, por el contrario, muere alguien que amamos, nos invade la tristeza hasta el punto, incluso, de desear por un momento habernos ido también para evitar el dolor tan profundo que ello supone en vida.
Celebrar a la muerte o a los muertos puede resultar entonces algo extraño, absurdo. ¿Por qué existe el llamado Día de los Muertos? ¿Por qué recordar y reafirmar ese tipo de ausencia que —para la mayoría— no deja de doler nunca? Porque no hay vida sin muerte. Porque nuestra función en el mundo quizás no tendría sentido si no tratáramos de permanecer vivos durante el mayor tiempo posible para hacer frente a lo divino, a lo difícil y a lo humano de este incomprendido espacio llamado vida.
En México, el Día de los Muertos es una sólida tradición heredada de los pueblos indígenas de la Mesoamérica de hace miles de años, que guiaban a quienes morían en su camino hacia el Mictlán, el «lugar eterno del reposo de los muertos», el cautivante inframundo de la mitología mexica. El Día de los Muertos es una fecha para celebrar a quienes se fueron y ‘traerlos’ a la vida ofreciéndoles un poco de aquello que tanto disfrutaban. Comida, bebidas, velas, fotos y flores —entre otros— hacen parte de esta celebración que nos muestra la muerte de una forma distinta, que nos acerca a los muertos y, de algún modo, los trae de vuelta a la vida.
Vivir es morir un poco. Porque, de algún modo, cada día renovamos lo que somos; y en ese proceso de renovación, tienen que morir algunas cosas… Momentos, experiencias, lugares y hasta personas, que se van quedando en otro tiempo o espacio de nuestra existencia, mueren. Y así, cada vez que festejamos algo que nos llena de alegría, podemos llegar a recordar —también con alegría— todo aquello que ‘murió’ y de lo cual, a lo mejor, nos alimentamos alguna vez para vivir.
Para Octavio Paz (nobel de Literatura mexicano), «el culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte». Para mí, la vida es una suerte de cosas que se alinean hacia la muerte, esa sombra multicolor que nos impulsa a buscar el sentido de estar vivos, para no morir —una y otra vez— en el intento de vivir.
CR

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